jueves, 20 de octubre de 2011

Yo maté a Manolete

Fuente original: lne

Confesiones de los profesores de la enseñanza pública

Yo maté a Manolete
Yo maté a Manolete
FRANCISCO GARCÍA PÉREZ Estamos perdidos, compañeros y compañeras de la enseñanza pública, nos han descubierto, nos van a levantar el chiringuito, nos van a privatizar para que sepamos lo que es bueno, se nos acabó el chollo, sálvese quien pueda. Seamos, pues, valientes y reconozcamos de una vez todas nuestras felonías, confesemos nuestras perfidias y vilezas como pide la legión de tertulianos, columnistas y pintorescos espontáneos colaboradores en la campaña antienseñanza pública.

Los profesores de la enseñanza pública, y yo el primero, somos, por ejemplo, culpables de que algunos alumnos nos lleguen a clase sin desayunar y sin asearse, ayunos y sucios, pues, si cumpliésemos con nuestra obligación, madrugaríamos más e iríamos a los hogares de cada chaval para paliar que su mamá esté dormida y que papá no haya vuelto de quién sabe dónde.

Los profesores de la enseñanza pública, y yo el primero, somos culpables de que suspendan y destrocen así las estadísticas los alumnos búlgaros, chinos, rumanos... que aparecen por el aula a medio curso sin saber ni papa de español y a los que hay que escolarizar, pues la enseñanza concertada y la privada están a tope, no cabe ni un alfiler, oyes. ¿Quién nos manda no tener a punto un método para que aprendan español en dos horas y cultura española en tres? ¿Por qué no hacemos horas extras vespertinas con ciertas minorías que acuden a nuestras aulas (pues la enseñanza concertada y la privada están a tope, etcétera) desmotivadas, agresivas, boicoteando todo lo que pueden?

Los profesores de la enseñanza pública, y yo el primero, somos culpables de que algunos alumnos nos vengan con el historial de haber agredido a sus padres de palabra y obra, de que ignoren palabras como «respeto», «límites» o «autoridad». Somos nosotros, desengañémonos, quienes fomentamos y alentamos la programación de las Telecinco televisivas, quienes proponemos como modelos para la juventud a prostitutas terminales, vagos y maleantes, caraduras y sinvergüenzas.

Los profesores de la enseñanza pública, y yo el primero, vemos con muy buenos ojos la tolerancia hacia el alcohol y demás drogas que tanto bien hacen a los mercados, instamos a que los «botellones» sean más multitudinarios. No son los padres, no es la sociedad: nosotros creamos los videojuegos violentos y los vendemos por doquier, nosotros inventamos las páginas más putrefactas de internet y las mostramos a los alumnos o no vigilamos cuando las visitan.

Los profesores de la enseñanza pública, y yo el primero, hablamos fatal, decimos: «¿Ese tema que ustez esceciona en base a qué lo implementa?»: no hablamos como los políticos, como la clase dirigente, como los banqueros. Creemos que por haber sacado una oposición ya no tenemos que acudir a las casas de los alumnos a leer con ellos, a comentar con ellos las noticias del periódico, a escuchar juntos la radio, pues cargamos a los padres con unas responsabilidades que no pueden asumir, máxime si están en la cárcel o desaparecidos, como puede ocurrir con alumnos que llegan a la enseñanza pública (pues la enseñanza concertada y la privada están a tope, etcétera).

Los profesores de la enseñanza pública, y yo el primero, hemos promovido y redactado esos currículos tarados y vergonzosos que enseñan lo que no importa, que rascan donde no pica, que fomentan el analfabetismo funcional: es falso que los haya auspiciado la astuta clase dirigente para fabricar carne de cañón currante amongolada.

Los profesores de la enseñanza pública, y yo el primero, somos una banda de apoltronados y vagos, que no damos palo al agua, de baja todas las semanas y que perdemos el tiempo en labores de psicólogo, enfermero, higienista, asesor personal, mediador... sin explicar como deberíamos el sistema fonológico del español. Mientras el resto de conciudadanos trabaja que se las pela y no se da un respiro (basta mirar alrededor para comprobarlo), nosotros acumulamos los excedentes de nuestros sueldazos, los sobrantes de las fortunas que cobramos como docentes de la enseñanza pública (es decir, por no hacer nada) para enviarlos a nuestras cuentas en negro en las Islas Caimán. Que se sepa: en los paraísos fiscales sólo ingresan pasta los profesores de la enseñanza pública. Y es que harían bien en gasearnos, en clavarnos alfileres entre uña y carne, compañeros y compañeras.

Porque, digámoslo ya, fuimos los profesores de la enseñanza pública, y yo el primero, quienes matamos a Manolete, en la plaza de toros de Linares, el 28 de agosto de 1947, a las cinco de la tarde, a las cinco en punto de la tarde.

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